Era
casi mediodía cuando a mitad de calle fui testigo de un cuadro meramente
cotidiano: una mujer de unos treinta años tenía una posición totalmente
diferente sobre un tema X con un hombre contemporáneo a ella.
Llamaba
la atención la forma cómo él se imponía ante ella gritando; a la vez sus gestos
y posiciones demostraban que si ella no cedía sería víctima de toda su hombría,
de la que no se responsabilizaba pues él como todo macho que se respete
no cedería frente a una mujer. Total, en sus propias palabras sostenía: “Así yo
esté equivocado, ¡no me importa! ¿Quién eres tú para venir a callarme? ¡Anda
atiende a tus hijos! “
Ante
este cuadro no pude evitar formular para mis adentros (claro está) la pregunta:
¿En un conflicto de intereses entre hombres y mujeres es inevitable la
violencia?
Y casi
de automático surgió una segunda pregunta: ¿Este hombre habría reaccionado así
de violento si la contraparte no hubiera sido una mujer sino otro hombre más
fuerte que él?
Una
creencia muy arraigada en nuestra sociedad es que es inevitable la violencia
dentro del conflicto entre hombres y mujeres, y aquí se desprenden
enunciados que escuchamos a diario impregnándose en nuestro ADN “frágilmente
macho”, y que a veces son las propias mujeres quienes difunden:
- ¡Hija, tú tienes la culpa de que te haya levantado la mano!¿Paraqué le reclamas?
- Él sí te ama, y si te grita es porque le llevas la contra.
- Si quieres que tu matrimonio funcione, tienes que ser una esposa considerada y sumisa.
Y
vienen los refuerzos desde el frente masculino con frases como:
- Hijo, jamás te dejes pisar el poncho: ¡imponte! Tú eres el hombre de la casa.
- Demuestra quién manda.
- Si dejas que decida una vez, lo querrá hacer siempre.
Bajo
estas premisas tendríamos mil enunciados que nombrar, y hay quienes sostienen
que para evitar la violencia hacia las mujeres, éstas tendrían que evitar a toda
costa el conflicto.
Pero
aquí la cosa se pone más interesante pues no hace falta ser un gran pensador
para darnos cuenta que, más allá de ser hombre o mujer, somos seres individuales
con diferentes intereses, sueños, metas, valores, formas de pensar, etc; por lo
tanto el conflicto es inevitable en la interacción social entre hombres y
mujeres. ¿
Entonces, ¿cuál es la clave para evitar el conflicto?
Por
demás está la pregunta, porque en la interacción,el conflicto es inevitable
entre hombres y mujeres; lo que sí es totalmente evitable es resolver el
conflicto con violencia. Dicho de otra forma: SÍ es posible lograr acuerdos para
evitar la violencia en la resolución de conflictos entre hombres y mujeres.
Por
supuesto, esto no se logra de la noche a la mañana. Es necesario lograr
aptitudes y habilidades de comunicación para la concesión y satisfacción de
ambas partes sin menospreciar a quien demuestre debilidad; está más que
demostrado que la violencia de género se sustenta en un marco donde el género se
construye en un desequilibrio de poder que beneficia a hombres, pues como es
bien sabido, en esta “oculta guerra de sexos” quien demuestra mayor fuerza son
los hombres y en el ejercicio de ese poder tiene que doblegar la voluntad de los
más débiles cuando encuentra resistencia para poder seguir ostentando poder.
Entonces aquí surgen otras preguntas, naturales en mi mente masculina: ¿tengo
privilegios que me fueron otorgados por un poder sobrenatural por ser hombre?,
¿ser hombre me da el derecho de doblegar al sexo opuesto/débil?, ¿las mujeres,
niños y afeminados están obligados a aceptar mi poderío por ser “macho”?
Mi
cerebro masculino se pone en modo automático y no puedo dejar de recordar una
conocida canción que durante mi infancia escuché cantar, con la solemnidad y
orgullo que se canta el himno nacional, a los hombres de mi entorno, y que más o
menos recita así: “bendita sea mi mama… ¡por haberme parido macho!... ¡machistas
son las mujeres porque les gustan los machos!”
Vuelve
la lucidez a mí, y no puedo dejar de agradecer a Dios porque mi cerebro
masculino se da cuenta que ser un verdadero hombre va más allá de ostentar poder
sobre los más débiles, y que la balanza a lo largo del tiempo ha sido
injustamente manipulada e inclinada por la testosterona.
Por lo
tanto, desde esta perspectiva puedo observar que muchas veces, por no decir casi
siempre, la armadura que nos auto imponemos en nuestro afán de ostentar poder no
deja que disfrutemos de la interacción con el sexo opuesto, y que más allá de
tener un pene o una vagina, todos somos individuos con fortalezas y debilidades,
con sueños y metas por cumplir, con derechos y deberes innatos por ser personas,
y de más está decir con sentimientos que nos hacen a cada uno (seas hombre o
mujer) humanos.
Entonces en mi razonamiento surge una última pregunta: ¿ya te diste cuenta de
eso?