En una sociedad donde las costumbres pesan más que la razón y donde el conocimiento se posterga por prejuicios, las tragedias no son accidentes: son consecuencias.
La historia que vamos a analizar no es un simple relato de amor juvenil; es el retrato brutal de cómo la ignorancia, la falta de educación sexual y el peso de tradiciones mal entendidas pueden destruir vidas enteras.
No basta amar: es necesario saber, prevenir y actuar con responsabilidad. Porque en la vida real —no en los cuentos— el precio de no hacerlo puede ser irreversible.
"Una historia de verdadero amor"
Conocí a "Carlos" a los 14 años, y para entonces él tenía 16; fuimos compañeros de aula en el colegio secundario. Dos años después, salí embarazada, Carlos dejó el colegio y, como es costumbre, me fui a vivir con él.
Día a día me demostraba que si bien los dos éramos muy jóvenes, él me amaba y se preocupaba porque yo estuviera bien. No teníamos mucho pero con lo poco fuimos saliendo adelante.
Transcurrió el tiempo y noté que Carlos empezó a enfermar; cada vez era más seguido su malestar. Para ese entonces él ya tenía 20 años y yo estaba con tres meses de embarazo de mi segundo hijo. Todos me decían que no me preocupara porque eso afectaría a mi bebé.
Alguien me aconsejó que debía llevar a Carlos a la posta médica, que ahí había una pruebita gratis que le hacían a la gente que presentara los síntomas que Carlos tenía, y de paso me hiciera chequear lo de mi embarazo.
Mi suegro me dijo que no era necesario, pues esa prueba “era para hombres que se acostaban con prostitutas o con otros hombres”, y como yo no era ni lo uno ni lo otro debía estar tranquila. En su lugar le dieron cuanta pastilla y hierbita había, pero con todo y eso Carlos no se recuperaba.
Un día Carlos ya no pudo levantarse; me armé de valor y fui a la posta médica. Ahí me diagnosticaron VIH y me dijeron que era necesario que Carlos se hiciera la prueba también.
Un día antes que Carlos muriera, entre lágrimas me pidió perdón, me dijo que jamás me engañó y que fui el amor de su vida, pero que las vacaciones anteriores al año en que nos conocimos, fue a Chiclayo, donde la tía ‘Aydee’, pues era costumbre el viaje en esas épocas del año. ‘Paco’ y ‘Juan’, hijos de la tía Aydeé frecuentaban a ‘Rosa’, una chica coquetona, a la cual debía conocer para hacerse hombre. Entre lágrimas me dijo que si pudiera retroceder el tiempo nunca me habría condenado al castigo de su inmadurez. También llorando le contesté que ambos fuimos víctimas y no había qué perdonar.
Hoy estoy recibiendo retrovirales y a la espera de mi parto. Ruego a Dios mi bebé no nazca infectado, pues mi primer hijo no tuvo suerte.
Análisis:
Este texto es duro, desgarrador y lamentablemente más real de lo que a veces quisiéramos admitir. pero aquí es donde dejando de lado el romanticismo y poniendo lupa a esta historia; aparecen muchas alarmas que aunque mudas en nuestro interior nos dejan saber que varias cosas no están bien:
Contexto social y cultural:
Amor y responsabilidad:
Ignorancia y consecuencias:
Dolor y madurez forzada:
La protagonista muestra lo que a muchas mujeres les toca vivir a fuerza de no tener otra alternativa; una madurez admirable ante lo irreversible. Es capaz de abrazar su realidad sin buscar culpables, sin odio ni victimismo barato. Sabe que ella y Carlos fueron piezas de un sistema social que los empujó más que ellos mismos haberlo elegido.
La enfermedad como parte de la vida:
Aquí no hay finales felices ni "milagros telenovelescos". Hay enfermedad, hay muerte, hay un niño infectado con VIH y un bebé en riesgo de contagio. Y también hay una mujer que, golpeada por la vida, sigue adelante, peleando por el hijo que viene.
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