Por Marco Paulini Espinoza
Eran trece las primaveras que sus ojos vieron florecer. Ya para la media mañana se había alejado tanto del poblado que su espíritu sintió ser libre como cuando su madre tomaba su mano para guiar su andar apenas hace algunos años atrás.
La añoranza se apoderaba de sus más íntimos pensamientos cuando de pronto sintióse fatigada, y un ligero mareo la hizo buscar un lugar donde recostarse, mientras entre sus manos apretujaba a carola.
El viento frío hizo colisionar unas hojas secas contra su rostro, despertose y la luna mágicamente iluminaba la pradera dejando entrever la ausencia de las diez ovejas que fueron el motivo y excusa perfecta de su alejamiento.
Su mano se deslizó sobre el pasto y encontróse con el encaje del vestido de carola. Entre tanta mala suerte, una sonrisa se esbozó en su rostro a la vez que una lágrima recorría su mejilla. Como pudo tomó en sus brazos a carola, apretujándola, y deseando volver a aquel día de su cumpleaños número ocho, cuando la tía Sofía, que llevaba años lejos, regresó de la ciudad trayendo a la muñeca con su linda sonrisa bordada en su carita de trapo, la misma que venía en una hermosa caja adornada con un moño rojo y que sería su obsequio recordando el día cuando ella nació.
Levantose y un extraño dolor de cintura la volvió a tumbar casi de inmediato, mientras un grito de dolor desgarrante que nadie oyó en la soledad de la pradera escapó de su ser.
Intentaba tranquilizarse cuando sintió un fluido caliente recorrer sus muslos; no podía comprender por qué se estaba desangrando a borbotones. El frío de la muerte se apoderó de su frágil cuerpo haciéndola temblar, lloró e intentó gritar por auxilio, pero estaba completamente sola.
Tontamente, como escenas teatrales, pensamientos casi programados pasaban por su cabeza: ¿Qué estarían pensando de ella en casa de su marido Juan?, Seguramente que como en casa de sus padres “la tenían muy consentida”, no se acostumbró a su nueva familia; por otra parte, que pensaría su papá ante la ofensa de su huída, con lo mucho que le costó llegar a un arreglo con Juan para que la gente del pueblo no hable y se diera cuenta de que su hija ya no era virgen.
Al no llegar a casa seguramente juan la menospreciaría y buscaría otra chica en la soledad del campo para hacerla suya como era la costumbre, pues a sus veintidós años ya lo había hecho varias veces; como esa vez cuando Cecilia regresaba de la escuela y la fortuna, la mala fortuna, hizo que se topara con Juan en la soledad del campo, y aunque antes nunca cruzo palabra alguna... su destino cambiaría para siempre.
¿Qué le importaba a Juan hacerlo una vez más? ¿Qué le importaba a Juan que Cecilia quedara deshonrada y marcada de por vida.
Se culpó por haberse alejado tanto, pues su intención sólo fue sentirse libre pero no huir, se culpó por haber perdido las ovejas, se culpó por ser mala hija, se culpó por ser mala mujer y no pudo comprender qué estaba pasando con su cuerpo. Hizo un esfuerzo sobre humano y caminó como pudo, casi a rastras. Su cuerpo no respondió más y un “Dios mio, ayúdame” fue su último razonamiento.
Eran las cuatro de la madrugada cuando un jornalero entre la niebla tropezó con cecilia, que blanca como papel y fría por el aire de la sierra aún tenía pulso. Rápidamente la tomó en sus brazos y la cubrió con su poncho. Un alboroto se armó en el pueblo. Juan no quiso que la llevaran a la posta médica, pues era costumbre de los lugareños sanar a sus enfermos con los curiosos y chamanes.
Para las cinco de la tarde, don Evaristo, chamán muy respetado, dijo que ya no podía hacer nada por cecilia y que la llevaran a la posta médica.
Cecilia fue evacuada y llegó al hospital de la ciudad casi a media noche. Media hora después confirmaron su muerte. La inocencia de sus años no la dejó comprender que estuvo embarazada de ocho semanas. Los médicos al siguiente día confirmaron que la causa de su sangrado fue un aborto.
Denunciemos el machismo tan arraigado en las prácticas culturales, la falta de educación en temas de equidad de genero. ¡No a la violencia de género!
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