Por: Marco Paulini Espinoza
No
cabe duda que el embarazo adolescente trae consigo repercusiones tanto a nivel
individual como social. Dicho de otro modo: no es un problema personal, sino
que nos afecta a todos como sociedad.
Trae
consecuencias nefastas en el desarrollo socio económico del país. Todo esto
sucede al limitar los recursos para el desarrollo de los adolescentes que son
padres y madres.
Si
ahondamos en el tema, podremos evidenciar que el embarazo adolescente conduce a
la deserción y el abandono de las escuelas. Esto se traduce en individuos de
bajos niveles educativos, y por lo tanto los hace no aptos para empleos
adecuados con condiciones laborales óptimas.
Todo
esto equivale a pobreza y exclusión.
Asimismo
los hijos producto de estas uniones tempranas, en su mayoría, están condenados
a la herencia y perpetuación intergeneracional de la pobreza; además familias
fraccionadas.
¿Pero
qué pasa cuando somos simples espectadores de este problema, y no sumamos
esfuerzos por reducir los índices de embarazos adolescentes?
Tampoco
debemos cerrar los ojos ante el hecho de que hoy por hoy el adolescente explora
su sexualidad sin la más mínima educación sexual, ejerciendo su libre albedrío
de forma casi inconsciente; tampoco debemos olvidar que muchos embarazos
adolescentes son la proyección de la opresión y limitación de los derechos mismos
conferidos al adolescente.
Aquí encontramos adolescentes que han sido
violentadas o que han sido forzadas a la unión temprana, estigmatizando y limitando
sus planes de vida, la transición adecuada hacia su vida adulta.
También
encontramos problemas de salud, ya que aunque físicamente una adolescente puede
concebir, aún no ha alcanzado la madurez biológica que asegure un embarazo
adecuado, desencadenando una serie de problemas que se traducen en riesgo para
su salud y la de su bebé. También evidenciamos las altas tasas de suicidio
producto del problema psicológico que significa para el adolescente afrontar un
embarazo no deseado, y que por desgracia nunca podremos preguntar qué pasó por
su mente a quienes fueron víctimas de este hecho.
Ante
esta realidad tan cruenta es hora de iniciar un plan de contingencia e
integrarnos en la prevención del embarazo adolescente, siendo capaces de
reconocer que tanto madres, padres, tutores legales y sociedad en si misma
debemos luchar hacia la prevención del mismo, pero no desde un enfoque
apocalíptico, satanizando y condenando a los adolescentes por el hecho de
ejercer su sexualidad; sino desde la perspectiva EDUCATIVA PREVENTIVA, reconociendo que el adolescente es sujeto
integrado a una sexualidad que le es propia desde el momento mismo de su
nacimiento; y que como ser sujeto a una sexualidad puede ser víctima de su
inadecuada educación e inexperiencia; porque hay que reconocer que ser
adolescente tiene características propias de esta etapa de vida, y una de ellas
es la inexperiencia.
La
reducción del embarazo adolescente se logrará postergando la edad de inicio de las relaciones sexuales en
adolescentes que así lo deseen, mientras paralelo a ello, se logre el uso de metodología anticonceptiva en
adolescentes que ya tienen una vida sexual activa.
Se
debe lograr la culminación de la
educación secundaria e integrar en el plan curricular la educación sexual integral y educación para la prevención de la violencia sexual con profesionales de la salud
formados en esta temática.
Debemos
fomentar y promover la construcción de conocimientos y valores orientados hacia
el ejercicio de una sexualidad responsable, como fuente de desarrollo personal,
la misma que se traduce en desarrollo social.
¡Hagamos el cambio!
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