El
silencio fue interrumpido por el repicar de las campanas mientras atolondradas
aves blancas revoloteaban graciosamente sobre quienes se congregaron para
augurarles prosperidad.
Su
impaciencia se disipó al verla. Una sonrisa dibujose en su rostro contemplando
la hermosura de sus catorce primaveras. Se podía ver la alegría de él, y cómo
orgullosamente la esperaba como quien espera el reconocimiento por haber ganado
la batalla.
Blanca
y radiante iba ella, sostenida del brazo de su padre quien la acompañaba hacia
el altar, mientras su madre en sus mejores prendas lloraba; otras mujeres,
vestidas todas para la ocasión, le decían
- Es
mejor así: a todas nos llega la hora de formar un hogar.
Otra
decía
-
siéntete orgullosa; no todas hemos podido salir de blanco como tu hija.
Alguien
más decía
- si no
es él, alguien más se la llevará.
otra
más susurraba
- Se
está casando como Dios manda; nadie podrá criticarla.
Un
ángel de los que allí se congregaban espectaba la escena y lloraba recordando
todos los momentos felices que vivió junto a su hermanita mayor, y, testiga de
todos los eventos que culminaron con un matrimonio, no podía dejar de hacerse la
pregunta - ¿Esto me sucederá alguna vez a mí también?
Hermosa
se le veía caminando hacia el altar mientras una niña con una canastita llena de
pétalos de rosa guiaba su caminar. Ella extasiada con la marcha nupcial se
sentía abrumada por tantos sentimientos. Para sus adentros pensaba “al fin de
cuentas, ¿quién no quiere tener un futuro asegurado al lado de un hombre
acomodado?; además ya cuarentón, tiene la madurez que un chico de mi edad ni
tiene…“
Se
llenó de valor, prefirió solo pensar en si se vería mal que a su nueva casa
llevara a Julieta, quien fue su compañía desde que la tía Matilde se la regaló
cuando apenas tenía siete años, y aunque Julieta, su muñeca, estaba vieja, era
su única confidente.
Tras su
velo podía dibujarse la inocencia y feminidad de sus años. Su velo y el rizo de su
cabello juguetonamente ocultaban el moretón producto de la cachetada que la noche
anterior le propinó su padre cuando ella le confesó que no deseaba casarse,
mientras, su inmaculado vestido blanco disimulaba bien sus dos meses de
gestación.
Un coro
casi angelical sonaba mientras el padre entregaba a su nena al infeliz violador.
Ahora
bien, ¿eres la novia, o quien espera a la novia? De ti depende seguir o parar la
violencia basada en género.
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